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UE, el ballet ucraniano

Por: Fabrizio Casari



Sin discordia aparente, salvo la de Hungría, Bruselas ha decidido el inicio del procedimiento de adhesión de Kiev a la Unión Europea. Los de otros candidatos siguen programados para los próximos dos años: Albania y Montenegro, Serbia y Macedonia del Norte, Bosnia Herzegovina, Moldavia y Georgia, para terminar con la vieja cuestión turca, que seguirá siendo un pour parler.


Así pues, parece que Ucrania podría adherirse a la UE después de que la UE estuviera en Ucrania desde 2014. Coronando un apoyo político en función antirrusa ya desde la candidatura de Timoshenko, a lo largo de los años la UE decidió de hecho, en complicidad con Estados Unidos, acelerar el plan de conflicto con Moscú. Lo hizo desempeñando un papel importante en la destitución del gobierno de Janukovic con el golpe de Maidan, luego haciendose la vista gorda desde 2014 a 2021, cuando la artillería ucraniana atacaba el Donbass, asesinando a 15.000 personas, y finalmente apoyando financiera y militarmente, así como política y diplomáticamente, al gobierno nazi dirigido por Zelensky.


Pero el voto a favor de la entrada de Kiev, posible gracias a la ausencia pactada de Orban, tuvo su cola, ya que el líder húngaro se tomó finalmente la revancha y vetó el dinero que se destinaría a Ucrania, 50.000 millones repartidos en cuatro años. Aquí es donde el voto de la República Checa se sumará con toda probabilidad al polaco, dado el enfrentamiento entre Varsovia y Kiev que culminó con un bloqueo de carreteras que ya ha costado dos muertos y que dura ya dos meses contra el paso a Occidente del trigo ucraniano que, vendido a precio de saldo, está hundiendo la producción agrícola polaca. Y es precisamente la política agrícola, históricamente la primera partida del presupuesto de la UE la que corre peligro de colapsar. Sólo a Ucrania le corresponderían 95.000 millones de euros, con un recorte del 20% en las subvenciones a otros países. Kiev podría cobrar otros 61.000 millones de los fondos de cohesión, los destinados a infraestructuras y desarrollo. Así, la gran mayoría de los socios europeos cobrarían menos de Bruselas de lo que pagan.


En cualquier caso, el voto ofrece luz verde para iniciar las negociaciones, pero no lanza automáticamente a Ucrania a la UE: serán necesarias otras dos luces verdes unánimes formales antes de abrir realmente las negociaciones de adhesión, y luego habrá unas 75 ocasiones en las que el gobierno húngaro podrá detener este proceso.


Por tanto, la entrada de Ucrania en la UE no será ni una conclusión inevitable, ni fácil, ni rápida. Si desde el punto de vista estratégico la jugada de las potencias fuertes europeas tiene sentido político, por equivocada que sea, otra cosa es su realización concreta, frente a la que existen poderosas y razonables dudas. Desde el punto de vista económico y financiero, la entrada de Ucrania será una sangría para los Veintisiete, ya que su reconstrucción, según el Banco Mundial, costará unos 500.000 millones de euros.


Además de esto, de por sí ya insostenible para el presupuesto de la UE, la incapacidad de Kiev para hacer frente a la austeridad económica prevista por el Tratado de Maastricht y las normas financieras contenidas en el Pacto Fiscal obligaría a Bruselas a proporcionar un sustituto que resultaría ser un auténtico agujero negro para las finanzas europeas, dado que Kiev necesitaría donaciones incluso para pagar la cuota anual que cada país miembro abona a la UE.


Luego hay aspectos no menos importantes desde el punto de vista de las normas establecidas para los miembros de la UE: la configuración institucional y la legislación, las normas para el sistema político y las normas para proteger a las minorías étnicas, lingüísticas y religiosas, así como las normas contra la discriminación, la protección de los derechos humanos y los principios políticos, es decir, la observancia de los principios liberales que guían a la UE, que a Bruselas le gusta llamar "los valores".


Aquí la cuestión se complica, porque los llamados "valores" son elementos que no se reflejan en la Ucrania de Zelensky. Especialmente en lo que se refiere a las leyes discriminatorias y la legislación especial que en el plano político ha anulado por la fuerza la presencia de partidos, en el de la libertad de prensa ha cerrado los medios independientes, en el plano cultural ha prohibido el uso de la lengua rusa y en el religioso prohíbe la observancia del culto ortodoxo. No son aspectos secundarios del nazismo ucraniano y representan un conjunto de violaciones del estatuto de la UE que ni siquiera la operación ampliación hacia el Este puede ocultar. Después de todo, la Comisión Europea congeló 21.700 millones en fondos a Hungría por no respetar el Estado de derecho, y será curioso ver ahora cómo puede negar a Budapest lo que da a Kiev, cuando si Hungría tiene rasgos antiliberales, Ucrania tiene un perfil nazi difícil de refutar.


Que la UE pretende ampliar su tamaño hacia el Este no es ningún misterio: mientras proclamaba la unión de los europeos occidentales, desintegraba a los del Este. La guerra contra la antigua Yugoslavia fue el saludo de Estados Unidos al nacimiento de la UE, y la fragmentación de los estados eslavos y bálticos, de la que entonces participaban en gran medida los europeos, permite ahora a Bruselas desempeñar un papel de atracción de países que han perdido toda cita con su desarrollo y que a menudo son más una invención política que realidades nacionales.


Con el tiempo, la UE estará formada por 35 países, con sensibilidades políticas y culturas aún más diversas. Se intentará entonces justificar con ello la modificación del único rasgo auténticamente democrático de sus actuaciones, la unanimidad en las decisiones. Marcará la transición por etapas forzadas hacia la mayoría cualificada primero y la mayoría simple después, con la que el grupo fundador de la UE pretende concentrar la toma de decisiones políticas, y las políticas monetarias seguirán siendo prerrogativa de los fundadores. En la práctica, algunos países europeos se pondrán de acuerdo y otros tendrán que ratificar.


Con los ojos de Moscú


La entrada de Ucrania en la Unión Europea no asusta en absoluto a Moscú, que desde hace unos años la consideraba un precio a pagar a cambio de neutralidad militar, es decir, la prohibición de acceso a la OTAN y un ejército de perfil claramente defensivo, incapaz de suponer una amenaza para Rusia. Pero hoy, tras dos años de guerra, Kiev, reducida a protectorado estadounidense, ha sido derrotada por Rusia y entra a Europa con una derrota disimulada pero significativa. El transcurso de la guerra ha demostrado cómo Estados Unidos es incapaz de defender sus protectorados mientras abandona los teatros donde acumula derrotas (Afganistán, Siria y, de hecho, Ucrania).


El mensaje que llega es que se puede chocar con Estados Unidos, que no es invulnerable ni victorioso y que, aparte de sus músculos y su propaganda mediática, expone la fragilidad de un gigante con pies de barro. Un país que, aunque tiene un gasto en armamento superior al de todos los miembros de la OTAN juntos, pierde todas las guerras donde se mete y aun cuando sigua siendo el líder político de todo Occidente, sufre la pérdida de su poder absoluto y se ve, como hasta 1989, en la obligación de tener que negociar la gobernanza mundial desde el punto de vista militar.


Sin necesidad de celebrar el inicio del procedimiento que hubiera sido posible hace dos años y sin muertos, para los ucranianos el futuro no se presenta halagüeño. Ucrania ya ha perdido un tercio de su población en la guerra - algunos como bajas y otros como exiliados - y un tercio de su territorio. Puede olvidarse de Crimea, así como de buena parte del Donbass, y si no entra en negociaciones rápidamente, perderá sus últimas esperanzas de negociar la soberanía incluso sobre otra parte de su territorio. Tras ser utilizados por EEUU para desangrar a Rusia, con la intención de desligarla de China y hacerle perder sus lazos comerciales y políticos con Europa, ahora los ucranianos serán los nuevos títeres de la UE, que planea expandirse al Cáucaso y situarse en las fronteras de Rusia.


La inútil esperanza de Bruselas es limitar la reacción de Moscú, que tendría que poner en juego su seguridad en favor de una supuesta disuasión europea basada en el modelo del artículo 5 del Estatuto de la OTAN. Se trata de una hipótesis ridícula, tanto porque Moscú ni siquiera discute la seguridad de su región, como porque la disuasión europea es una confusa generación de palabras, dado que todo Occidente, y Europa en particular, ha perdido su significado y es ahora más estéril. No sólo en el plano militar será difícil encontrar el enredo para un proyecto de seguridad mutua entre Rusia y Europa, sino que el fin de los intercambios comerciales y políticos ha reducido al Viejo Continente a un bloque de relativa importancia para el crecimiento de la influencia comercial y política rusa.


En cuanto a Kiev, para desmentir las expectativas propagandísticas, subirse al tren europeo supone un precio de billete muy caro y un viaje incómodo. Con la adhesión a la UE, Ucrania entrará definitivamente en el gran agujero occidental que marcará los próximos años. Y no hay nada que pueda convertir una derrota militar y un desastre económico y político en una victoria estratégica.

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