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China y la UE, dos idiomas diferentes

Por: Fabrizio Casari



La cumbre entre la UE y China deparó pocas sorpresas y ninguna positiva. Entre ellas, las reticencias europeas a sumarse al gigantesco proyecto conocido como Belt and Road Initiative, el plan global de infraestructuras financiado con inversiones de un billón de dólares en líneas ferroviarias, autopistas, puertos, aeropuertos, centrales eléctricas e instalaciones industriales desde la antigua Asia soviética hasta Europa, pasando por África, es decir, por muchos países en desarrollo.


Sin embargo, hay motivos para interesarse y razones para formar parte de ella: en junio de 2023, nada menos que 154 países y 30 organizaciones internacionales habían firmado acuerdos para participar, y la Nueva Ruta de la Seda ya ha generado contratos por valor de 2 billones de dólares en todo el mundo.


Sin embargo, la Unión Europea ha decidido una vez más obedecer a la presión estadounidense y reducir el impacto de China en los mercados del Viejo Continente. Tras el suicidio energético para debilitar a Rusia, ahora escenificará el suicidio comercial para acosar a China. Al fin y al cabo, como ya ocurrió con el conflicto de Ucrania, las decisiones de Estados Unidos tienen a Europa y a las relaciones con China y Rusia como destinatarios del castigo, mientras que las ganancias políticas y económicas van a parar a Washington.


Ejemplo irrisorio de soberanismo a la amatriciana, el gobierno Meloni ha elegido la deferencia hacia Estados Unidos por encima de los intereses nacionales y ha decidido que Italia, a instancias de Estados Unidos, dé marcha atrás en lo previsto en el Memorándum firmado por el gobierno Conte. El objetivo de Roma es reequilibrar la balanza comercial con China aumentando nuestras exportaciones, que son inferiores a las de Alemania y Francia. No es culpa de China: Italia produce menos y exporta menos en términos absolutos que Alemania, no sólo que China.


Al fin y al cabo, la falta de desarrollo del acuerdo afecta más a Italia que a China, sobre todo porque Roma renuncia a la modernización de los puertos de Trieste y Taranto, dos nudos fundamentales de la espina dorsal del Adriático. Lo que para Italia es una interfaz obligada, que contiene rutas de importancia fundamental tanto para el comercio como para la seguridad y la inmigración. Ahora el problema para los coletazos de Palazzo Chigi será no empeorar las relaciones comerciales con Pekín, que a pesar de la ralentización del crecimiento sigue siendo un mercado estratégico para los productos italianos (del lujo a la mecánica) y ha sido elegido como base de producción y venta por unas 1.600 empresas italianas.


Para Xi el discurso es diferente, Pekín sufrirá relativamente el rechazo italiano. Con la intensificación de las relaciones con Moscú, Atenas, Estambul, Riad y Teherán, y con su presencia en África (donde Italia es un espectador irrelevante, el llamado "Plan Mattei" parece más bien el tema de una sesión de espiritismo), Pekín cubre el paso de las rutas de Asia Menor a África y Europa.


Por otra parte, es la UE en su conjunto la que sufre el enfrentamiento con China tras la ruptura con Rusia, y son evidentes las palabras de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von Der Layen, que se queja de un déficit comercial con Pekín de unos 400.000 millones de euros.


De hecho, se trata de una brecha inevitable, dada la capacidad de producción y exportación de China, muy superior a la de la UE en su conjunto, ya que los mercados europeos necesitan los productos chinos más que los chinos los europeos.


Esto no siempre ha sido así; en el pasado, las relaciones comerciales entre ambas economías estaban bastante equilibradas, debido sobre todo a las exportaciones alemanas. Pero las exportaciones alemanas están disminuyendo y sus tecnologías no son tan atractivas como en el pasado, los chinos las han sustituido por las suyas propias.


Pero el déficit comercial también es hijo de dos enfoques diferentes, tanto en lo que se refiere a cómo, qué y cuánto producir, como a que Pekín, a diferencia de Europa, no sanciona ni vincula la viabilidad del comercio y la inversión a posiciones políticas. En este sentido, la iniciativa industrial y comercial de China está liberada de toda filiación política, lo que le permite operar allí donde exista una posible relación entre oferta y demanda.


Y esto, más que el resultado de políticas proteccionistas por parte de China (que las hay, como las de EE.UU. y la UE) da cuenta de un panorama industrial diferente. Hay una Europa industrialmente deprimida, con una producción reducida aunque sea de calidad, con un desarrollo de su mercado interior reducido debido al miedo a la inflación y a la voluntad omnipolítica de gastar más para favorecer las importaciones procedentes de EEUU. De hecho, el fin del suministro de energía barata procedente de Rusia ha convertido a la economía europea principalmente en víctima de sí misma: de la teocracia globalizadora y de la dogmatización del turbo-monetarismo, así como de la subyugación atlantista de su modelo de desarrollo.


Mientras tanto, China ya ha superado al Occidente colectivo en varios ámbitos de la producción industrial y su red funciona ahora con 6G mientras que el resto del mundo aún no ha conseguido cablear la suya a 5G. Aún mayor es la brecha en electricidad, donde, según admiten los directores ejecutivos de Silicon Valley, "China está 35 años por delante de Estados Unidos".


Choque de modelos


El intento de reajustar la economía en clave ecosostenible no favorece un cambio positivo en el enfrentamiento con Pekín: en el desarrollo de las tecnologías verdes, la hegemonía china se ha construido durante décadas y en varios frentes. No sólo productos acabados como los paneles solares y los coches eléctricos garantizan a China la superioridad en el comercio con Europa, sino que toda la cadena de refinado y transformación de minerales y metales utilizados como componentes en las tecnologías verdes ve imponerse al dragón. Esos minerales y metales se encuentran en gran parte en el subsuelo chino y, en cualquier caso, desde África hasta América Latina, China se ha asegurado la propiedad o acuerdos comerciales para explotar los recursos minerales de otros países.


La UE, por su parte, se está quedando atrás en la construcción de sus propias cadenas de suministro y no es casualidad que esté intentando reabrir (con escaso éxito) un canal político preferencial con América Latina, llegando incluso a debilitar sus ridículas sanciones con la esperanza de que predispongan positivamente al subcontinente, dotado precisamente de esas tierras raras que santifican la brecha tecnológica y de recursos con China.

Es precisamente la llamada "transición ecológica" la que aumenta en lugar de disminuir la dependencia de China. Coches eléctricos, baterías, turbinas eólicas y componentes para todos estos productos: China es ahora, con diferencia, el mayor beneficiario de la descarbonización europea, y la penetración china en Europa está impulsada por las tecnologías de "sostenibilidad", habiendo superado a la industria europea y estadounidense en este ámbito. En paneles solares, por ejemplo, no hay alternativa: Pekín controla ahora el 90% de la capacidad de producción mundial en este sector.


Y se anuncia un desastre en el sector del automóvil, que emplea a 14 millones de personas en la UE. Se anuncia la llegada de coches eléctricos chinos, por debajo del coste, con los que la industria europea no podrá competir. Bruselas está alerta: la Europa "verde" será cada vez más una Europa china. No sólo no puede prescindir del made in China para su acelerada descarbonización, sino que no puede hacerse indispensable para la economía china ni negociar contrapartidas adecuadas.


Y no seràn las barreras y sanciones ilegales y artificiosas contra Pekìn en beneficio de los competidores estadounidenses las que determinen la supremacìa europea. Más bien habría que recordar a Bruselas lo que Julio César, que algo sabía de estrategias: "Sì non potes inimicum tuum vincere, habeas eum amicum". Más o menos: si no puedes con ellos, únete a ellos.

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